Hay que anotar que el montaje del Teatro Nacional mantiene el texto tal cual se plantea originalmente, es decir se mantiene su estructura en verso, pese a que recurra alguna que otra vez a una palabrota, y también se mantienen los cinco actos originales. De hecho el Notario antes de entrar a escena amablemente nos informa que se da inicio al acto quinto, minutos después de haber realizado un número de tap travesti que desvirtúa por completo el sentido de la escena desde el texto, pues en ella el Notario propone una protección para Inés después del matrimonio; no sólo ofrece los estatutos de ley, sino que insiste en poder dejar más de lo debido si el marido quiere; a Arnolfo esta cuestión es lo que menos le importa, por eso despide al Notario. Esta escena es para mostrar las equivocaciones constantes del personaje, su obsesión y deseo de manipular el futuro de una mujer. Ahora bien, en dónde puede quedar toda esta información, si la puesta en escena está fundada en un show travesti fracturado en la mitad por un baile de mapalé?... Realizar esta deplorable comparación entre el sentido del texto original y cada una de las escenas de la obra, redundaría en un ensayo de quinientas páginas, así que dejemos esta como ejemplo paradigmático y pasemos a hablar del esquema macro de la dramaturgia.
No hay en la puesta en escena de Pavel una lectura del procedimiento dramatúrgico medular que regula toda la obra. En el texto, el espectador (confidente omnisciente del protagonista) tiene el mismo nivel de información que Arnolfo, mientras que su contendor ignora la verdad sobre su identidad. Este desfase en su información es lo que suscita todos los gags que yacen en el texto. Pero ellos sólo aflorarán en la medida en que el actor y su director comprendan los dos niveles de interpelación y cómo un nivel afecta al otro: cómo el comentario que Arnolfo hace al público revela su yo interior (el hombre celoso, burlado, humillado y ansioso de venganza), mientras que la interpelación que Arnolfo hace a Horacio revela más su careta social de alguien cómplice, amigable y comprensivo, careta que él se ve forzado a sostener en aras de poder poner un señuelo efectivo para capturar a su enemigo in fraganti.
Si no existen desde la puesta en escena y la dirección de actores niveles de oposición contundentes entre un plano de interpelación y el otro, el dispositivo dramatúrgico no surge y las escenas entonces se dilatan en una retórica de la que sólo la pueden salvar los chistes efectistas de un par de criados sacados del repertorio de cliché más vergonzante sobre nuestras negritudes colombianas, o la sencilla alusión a los chistes sexistas y sexuales que perpetúan imaginarios impuestos sobre el machismo, el feminismo y la intimidad sexual sin realmente llegar a provocar un dilema de valores contundente, que es lo que todo gran texto a nuestro juicio debería generar en el público.
Mirando la relación entre el texto y la puesta en escena de esta obra, nos sentimos como cuando un hombre permanece casado con su mujer, pero sólo por el afán de complacer ciertas exigencias sociales y no por el amor e interés genuino de estar con dicha pareja. Del mismo modo sucede con esta boda entre Pavel Nowicki y el texto de Escuela de mujeres. Una alianza que se percibe sólo de dientes para afuera, que no pasa de ser una pose para la página social de un periódico; una unión marital en la que no hay por parte del director-cónyuge un deseo real por poseer a su esposa (el texto), ni mucho menos por conocerla, ni muchísimo menos por amarla ni respetarla; un matrimonio basado más en otro tipo de compromisos económicos y sociales, que si bien son respetables, no pueden ser la base de un casorio de carne y hueso, que se precie de ser serio y sincero.
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