miércoles, 18 de marzo de 2009

1. DEL DICHO AL HECHO…

La obra busca profundizar en la crítica realidad de la pedofilia y el maltrato infantil a través de un tono atenuante que sólo es posible si se lo enfoca desde la mirada infantil: por eso en ningún momento se siente un rechazo frente a lo que sucede y más bien las situaciones despiertan cierta ternura. Sin embargo queda el vacío de saber si no se estará más bien banalizando las implicaciones morales, sociales y emocionales de tal fenómeno, para ofrecer una mirada light que reduce la tremenda provocación ácida y perversa del texto original, en una puesta en escena acaso demasiado prudente, diplomática y carente de riesgo para nuestras expectativas.


En la dramaturgia es evidente la intención de focalizar los hechos a través de la mirada de los niños. Sin embargo, escudándose en este argumento, prima el afán de alivianar las situaciones o de hacer el chiste por el chiste. Un ejemplo de esto es la escena de baile de la venia, que en la dramaturgia aparece sin especificar, y que en el montaje representa la coreografía del grupo juvenil de los 80’s Menudo. Presumimos que el director usa este intertexto para aludir el manejo dado por los mass media a este grupo de niños erotizados para fines de lucro en el mundo de los pop stars, lo que resulta perfectamente consecuente con la trama de la obra. Sin embargo, dicho signo se desperdicia en la puesta en escena: lo que vemos es su uso con un fin cómico carente de vigencia, ironía y sarcasmo, y simplemente como un divertimento intrascendente, y evocador para la nostalgia de quienes siguieron la agrupación hace treinta años.


En la dramaturgia se plantea un juego muy sutil de ironía y crudeza en la situación de la niñez. Ser niño no es estar en una posición sólo inocente o vulnerable, sino también perversa. Así se infiere de algunos diálogos que fueron suprimidos en la segunda parte de la obra, la cual, cabe anotar, en la puesta en escena aparece como algo innecesaria, pues para el espectador la historia tal como está contada hasta la primera parte, está completa. De allí que la impresión en la lectura sea notablemente diferente en la segunda parte con respecto a la puesta en escena, que al parecer pretendía ofrecer la historia ahora desde el mundo adulto sin perder en la transición a su vez la visión infantil.


La pregunta que surge es: ¿qué ocurrió en la puesta en escena de la segunda parte? ¿Por qué aparece desligada de la primera como si fuese otra historia? En la dramaturgia se desencadenan los sucesos propuestos en la primera parte, pero aparecen en cantidad signos que atiborran la historia: el asesino de niños con máscara de japonés que en anotación en pie de página se justifica como un intertexto, y que en la puesta en escena no se comprende, y Harrison Ford, que funciona como elemento a través del cual se busca crear sorpresa y expectativa para descifrar el título de la obra sólo al final. Se percibe entonces una proliferación de elementos que crean un exceso de información que desdibuja la unidad dramática de la pieza.


No obstante, si la obra es vista como profundización en una problemática social permeada por la visión infantil, podrían justificarse todas estas incongruencias, pues la profusión y ambigüedad en los singos, es propia del universo infantil, cuya lógica ofrece una visión difusa que es capaz de comprender en sí variados elementos sin pretensión alguna de unidad, tal como efectivamente sucede en la obra.

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